Según se recoge en el último informe COTEC (Fundación para la innovación tecnológica) innovación es  todo cambio (no sólo tecnológico) basado en el conocimiento (no sólo científico) que genera valor (no sólo económico). Bajo esa premisa la innovación se han convertido ya en una poderosa herramienta de desarrollo de los países  para optimizar el crecimiento, productividad y mejora en la calidad de vida de las mismos. 

Los datos señalan que el gasto empresarial en I+D en España fue en 2014 de 6.784 millones de euros, lo que supone una reducción del 1,8% respecto al año anterior. Sin embargo, frente a este mal indicador, el documento refleja que persiste un núcleo de empresas que consideran la I+D como una operación necesaria para su negocio, siendo curiosamente las pymes (en un contexto de alta crisis generalizada) motor en esta parcela, ya que el informe COTEC resalta el elevado porcentaje de la I+D ejecutada por empresas de menor tamaño frente a las grandes corporaciones.

La realidad es que pese a que cada vez hay más conciencia de lo importante que es añadir estrategias de I+D,en las empresas aún influyen muchos factores negativamente.

El primero de ellos señala a la falta de participación de los agentes financieros en la financiación de la innovación. También es un importante freno el desajuste entre la oferta del sistema educativo y la demanda del sistema productivo, por ello el Informe COTEC indica que para dignificar la I+D española hay que dotar al sistema universitario de una formación de alta calidad, próxima al mercado laboral señalando, además, que «hay que lograr una administración que sea capaz de generar sinergias con el sector privado y fomentar un entorno favorable a los emprendedores  y las empresas innovadoras».

Frente a este  marco general  todavía es habitual en las organizaciones ciertos comportamientos que limitan el avance. Uno de ellos es la rutina de las acciones y la propia complejidad organizacional. Es decir: miedo al cambio e inmovilidad. Hacer las cosas igual que siempre es una tónica general ante el desconcierto que supone ir hacia lo desconocido y evitar riesgos no es el camino a seguir. Un ejemplo: no es posible seguir utilizando las mismas herramientas que empleábamos hace años, hay que cambiar apostar por soluciones innovadoras que impregnen de eficiencia a su organización. La tecnología ha propiciado que para asumir las demandas actuales que impone el cliente digital, hay que articular otras formas de respuesta.

En este sentido, hay que dedicar tiempo para comprometerse con las necesidades del consumidor. La burocracia y la imposición de reglas afectan de forma directa, pero también la desmotivación y la falta de habilidades para innovar.

No escuchar a agentes externos que puedan asesorar y ayudar en el camino es básico para rediseñar una nueva estructura organizacional en aras a ganar en una mayor flexibilidad y que induzca al personal hacia la innovación. Hay que evitar por tanto, según reza en el manual de Gestión de la Innovación de John Stark Associates:

  1. No definir procesos
  2. No escuchar a los clientes
  3. No reconocer la necesidad para crear nuevos procesos
  4. Ausencia de información en mercados y tecnologías

El capital humano es el verdadero agente propulsor hacia ese cambio de mentalidad que provoca el nivel de competitividad requerido para que se dé la innovación tanto tecnológica como de procesos en las empresas españolas, que necesitan hoy de ser menos rígidas y dotarse de más eficiencia operativa.